Mí Juez. Mí Padre. Mí Viejo.
A solo pocas horas de conmemorar
nuevamente otro “Día del Padre”, me he visto en la necesidad de escribir y
compartir una crítica (emocionalmente positiva) dirigida a la cinta
cinematografía “The Judge”. Esta película de género dramático,
estrenada en el 2014, fue dirigida por el cineasta americano David
Dobkin, y fue además protagonizada por el ya mundialmente conocido Robert
Downey Jr., o el también llamado Iroman:
El humilde, tranquilo y honesto hombre de Hierro del mundo Marvel.
Aunque en primer instancia, el título
de la cinta parezca no tener nada que ver con esta fecha tan especial para
todos aquellos hombres que a pesar de todo y de todos se atrevieron a poner el
pecho ante las balas, dejaron atrás su solitaria existencia y decidieron por
amor mutuo dar paso a una nueva vida y emprender aquel largo viaje de
responsabilidades conyugales, llamada familia. Puedo decir con certeza que
es todo lo contrario. Puedo decirles que The Judge nos
hace referencia a todo esto y a mucho. Muchísimo más…
Puedo por empezar contándoles, que la
historia en si trata de un abogado (Robert Downey Jr.) exitoso, famoso por
defender y salvar a los culpables de la cárcel, y que tras la muerte de su
madre regresa a su pueblo, donde su padre (Robert Duvall) ha sido juez
por más de cuarenta años, para pasar el duelo junto a la familia. Como no podía
ser de otra manera, padre e hijo no tienen la mejor relación del mundo y buena
parte de la película se resuelve en diálogos de violencia emocional que van
sacando, uno a uno, los trapos al sol: los reclamos, las justificaciones y los
ajustes de cuentas se suceden uno detrás de otro durante toda la cinta.
Pero lo que en verdad quiero decirles
es que The Judge es, también es, una película que hace referencia a la vejez y
sobre la decadencia del cuerpo y la mente. The Judge te proyecta, es
decir, te da un claro ejemplo de lo que tendrás que pasar algún día,
cuando despiertes y veas a tu padre ya mayor y sin la vitalidad de la que
siempre lucio orgulloso. Te dejará ver que ahora es tú turno en volver
a enseñarle todo lo que algún día él, con tanto
esmero, amor y paciencia te enseño. Te dejará ver que ahora es tú
turno en devolverle por mil, todo aquel amor que él siempre te brindo.
El talento como actor de Robert Downey
Jr. es más que evidente en esta ocasión. He visto, escuchado y leído acerca del
famoso “Hombre de Acero” en más de una ocasión. Personaje que Downey Jr. logra
encarnar siempre que este protagoniza con esmero y pasión, al famoso
egocéntrico y narcisista multimillonario Tony Stark. Sin embargo; y a pesar de
todo eso, y de los superpoderes, los villanos, las peleas, las conquistas, y el
"ego" de Stark, por destacar y ser siempre el
centro de atención en cada escena; nunca me había topado con una cinta de la
cual pueda decir al final de la trama: ¡Chuta loco, que buen actor eres!;
o mejor dicho ¡Basta Cabrón!.. Te pasaste, lo hiciste, la rompiste, dejaste de
una buena vez el trajecito de juguete barato con el que sueles aparecer
regularmente en la gran pantalla, para vestirte realmente de hombre.
Al fin pude ver al verdadero “Iroman”.
Al fin pude ver al hombre de carne y hueso, que lucha y logra vencer problemas
reales, propios en una persona común y corriente. Problemas y circunstancias de
las que muchos no estamos exentos. Problemas que nos terminan por demostrar que
de eso se trata la vida. Enfrentar
lo enfrentadle. Vencer lo invencible. Dejar las diferencias. Dejar morir de una
puta vez y por todo ese (maldito e innecesario) orgullo que al final del camino
solo nos trae tristezas y desesperanzas .
Hay una escena que me
marcó, quizás para siempre. Robert Duvall, que enfrenta un juicio con cargo de
asesinato y es defendido por su hijo pródigo, está enfermo de cáncer en etapa
terminal y se ha sometido a varias semanas de quimioterapia; está débil y a
veces sufre furiosos ataques de demencia senil. En esas condiciones, y en
calzoncillos y camisetilla, lo vemos arrastrase hasta el baño para vomitar. Su
hijo, Downey Jr., alcanza a escuchar las arcadas del padre y entra al baño para
ayudarlo. El viejo, que no logra llegar a tiempo a la taza del retrete, se
vomita encima y el joven-aún lo convence de que se meta a la ducha para
lavarse. Entonces lo levanta y, camino a la ducha, los intestinos del viejo
fallan y su calzoncillo y sus muslos y sus pantorrillas y sus pies y la
alfombra del baño se llenan de mierda. Luego, en la ducha, el hijo,
completamente vestido, lava a su padre que está desnudo con la regadera y el
agua que al principio parece el lodo de un jardín sin césped se va esclareciendo.
Al final de la escena, mientras padre e hijo montan una coartada para impedir
que la pequeña hija del hijo, es decir, la nieta del juez, entre y los descubra
haciendo lo que están haciendo, nos damos cuenta, de eso se trata la
propia la vida.
Así fue, y solo tras el final de
la película, pude descubrir el (blanco y claro) mensaje que esta
ocultaba. Las diferencias o los problemas que podamos tener con aquellas
personas que son importantes para nosotros, deben ser más que resueltos en esta
vida, en este instante, en este
ahora.
En resumen: The Judge, te
lleva hacer exactamente eso. A ser tú mismo quien de el primer paso. A bajarle
la guardia al orgullo. Hacer las paces con tus fantasmas del pasado.